La Sacudida. SÁMSARA

Una oleada imparable le recorría desde la coronilla hasta los pies. Sentía como su vello se le erizaba sin poder evitarlo y una sensación agradable recorría su cuerpo. Sintió como toda su estructura ósea y muscular se distendía y un crujir profundo se dilataba en todo su ser.

El esternón se estiró y su pecho se abrió mientras sentía como una descarga de alguna especie de energía penetraba en su ser, provocando oleadas cálidas y profundas que le recorrían desde el plexo solar, en el centro de su pecho, hasta su cabeza y extremidades. Era como una explosión que irradiaba por todo su cuerpo.

Esa sensación se adueñaba de ella desde la superficie de su piel y penetraba hacia las capas más profundas de su ser. Hacia adentro. Sentía toda esa energía recorrer su cuerpo provocando sensaciones de color diamante cristalino. No podía verlo con sus ojos porque había poca luz, pero lo veía de alguna otra forma no física difícil de explicar.

Por su ventana solo entraba la luz proveniente de un cielo estrellado con un gajo de luna recortado sobre un cielo negro acerado, límpido y sin nubes. Fresco y despejado. Serían las cuatro y algo de la madrugada y justo se había despertado abriendo los ojos de par en par en la clara oscuridad de su dormitorio.

Se dejó llevar por el ímpetu de esa especie de carga energética, disfrutando de las apagadas sensaciones. Era cómo recibir de repente una gran dosis de amor, proporcionado por una fuerza fraternal invisible, que la acunaba y acariciaba con mimo y delicadeza. No era nada de índole sexual, aunque sentía un placer eterno e indescriptible.

Su pareja se movió a su lado en la cama, escuchó su respiración tranquila y se preguntó si estaría notando lo mismo que ella. Pero dedujo que estaba dormido.

Se preguntó sobre cual sería el origen de esa extraña sensación que la mecía. Al instante le vino a la mente la imagen del cielo infinito, del espacio más allá. Le vinieron a la mente la imagen de seres celestiales incorpóreos, como de otra civilización no física. Quedó un poco aturdida por ese loco pensamiento. Ella era una persona racional. Pero la idea se grabó en su mente como una posibilidad real.


Y entonces se abandonó a la posibilidad, a esa sacudida de energía desconocida, limpia y fuerte, sosegada y armoniosa que la invadió con más fuerza. Dejó su mente en blanco sólo para sentirla sin ambages, para disfrutarla sin preguntas. Y la sacudida le encantó. La corriente la invadió y una fuerza increíble la penetró hasta el fondo de su ser. Hasta el último rincón de su alma.

Sámsara
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