Las Calles. SÁMSARA



El viento le removía el rubio cabello, que se le pegaba a la frente y la cara, mientras las frías gotas de lluvia le golpeaban el rostro. Se había cubierto con la capucha de su delgada chaqueta forrada de plumas pero la sensación era maravillosamente agradable.

Hacía frío y había salido a pasear por la ciudad. Había tenido una mañana de duro trabajo, pues hubo de presentar un artículo en la redacción que debía publicarse al día siguiente. Cuando tenía algún encargo urgente parecía que tenia que dejarlo todo y sólo centrarse en esa tarea, lo cual la agobiaba sobremanera y la obligaba a encerrarse y escribir, tanto si sabía el qué como si no.

Le encantaba su trabajo. Poder moldear con sus palabras, esa realidad tan fría e inhumana, la motivaba y se sentía llamada a ello pero, a veces, se le hacía duro enfrentarse al papel en blanco. Y en esas circunstancias no había escapatoria, debía generar su contenido con la premura del momento y la falta de inspiración en contra. 

Como siempre que se lo proponía acababa cumpliendo con sus obligaciones, aunque muchas veces el precio que debía pagar en forma de nervios, estrés y otros quebraderos de cabeza, era ciertamente alto.

Eso es lo mismo que le había pasado ahora. Había terminado su deber y obligación para con la redacción de la revista, pero su cabeza zumbaba como si tuviera un enjambre de abejas en su interior. Estaba aturdida y necesitaba airearse. Cogió su chaquetilla y se lanzó a la calle de su querida ciudad.

Y allí estaba ella. Sintiendo la fina lluvia y el intenso viento y lo recibió con esa sensación de expansión que le hacia sentirse en union con la vida, con el mundo y con lo mas profundo de sus ser.

Veía a su alrededor a las personas correr entre los portales para mojarse lo menos posible. Vió incluso una persona cómo resbalaba y casi caía de culo contra el duro suelo. Pudo escuchar el reniego del peatón y el gesto de dolor al recibir esa tensión en los lumbares.

Se abrigó un poco más, arrebujándose con sus manos cerrando el cuello de su jersey y encogiéndose en la escasa protección que le ofrecía su delgada chaqueta. Aunque para ella, sentir ese frescor y ese viento y los gotones de fría lluvia, eran algo liberador, después de haber pasado tantas horas encerrada.

Acogió de buen grado y dio la bienvenida a cada racha de viento, a cada remolino de hojarasca y agua y a cada golpe de viento frío, porque le hacían sentir que estaba viva. Que estaba conectada con la esencia de la naturaleza. 

Allí, en las calles. Rodeada de coches, viandantes, contenedores de basura, semáforos y asfalto, también podía sentirse la fuerza de los elementos. La naturaleza también allí se expresaba, a su modo. Si prestabas atención de forma hipnótica en un baile de residuos humanos, envoltorios, papelotes y plásticos, que danzaban al ritmo que la naturaleza imponía.

Allí, en las calles, pudo sentirse en comunión con su ser, mientras el cabello se le pegaba como cuerdas de esparto en su fría cara, bocanadas de aire cosmopolita, rodeada de sonidos urbanos. El acelerar de un motor, el claxon de los vehículos, la lejana sirena de una ambulancia, la unían paradójicamente con la esencia de su alma.

Allí, en las calles, tras el trabajo cotidiano realizado y la satisfacción de haber contribuido, pudo alzar el mentón, elevar su mirada al cielo gris y soltar un suspiro de satisfacción. 

El universo estaba con ella y ella estaba en el centro de la vida. Cogió aire, miró con satisfacción y amor a su alrededor y continuó el frío, incomodo y liberador paseo. 


SÁMSARA 
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