Ambos. SÁMSARA



La rugosidad alquitranada se extendía frente a sus pasos. Los huecos y grietas del asfalto tomaban una dimensión espacial cuando centraban sobre ellos su atención y un mundo paralelo se vislumbraba a medida que iban deslizándose por la franja gris.


Ambos iban caminando por el arcén de la carretera que se extendía infinita por delante, siguiendo las ondulaciones suaves del terreno. La linea blanca pintada estaba desdibujada y se extendía paralelamente a lo largo de su mirada, allá hacia donde se perdía la vista.

Caminaban, uno junto al otro, compañeros de vida. Tenían una ligera idea de hacia adonde iban, pero tampoco podían confirmarlo con precisión, sencillamente seguían el recorrido que les indicaba la poco transitada carretera.

Hacía ya un buen rato que no circulaban vehiculos, de hecho, habian visto muy pocos desde que comenzaron a caminar. La carretera era de dos sentidos pero parecía una carretera secundaria de poco tránsito.

A los lados del trayecto se extendía un campo yermo de bajos matorrales a un lado y al otro pequeños bosquecitos de pinares, robles y castaños. El olor a tierra seca y flores silvestres penetraba y destacaba claramente sobre el aroma del asfalto antiguo y caliente por el sol tibio de la mañana.

El y ella hablaban con cortas expresiones, directas al grano, sin concesiones a la galería, estaban solos y no era necesario los adornos ni los golpes de efecto en el lenguaje. Transmitían parte de su mensaje desde lugares mas allá del lenguaje. Su postura, miradas, pausas, respiración, gestos daban tanta información como las palabras elegidas desde la intuición y la conexión.


Compañeros de vida. Almas de un mundo intangible, que no se puede asir, cuerpos fuertes y capaces, cuidados y en forma. Cicatrices profundas, gestos y sensaciones antiguas, amor profundo y calmado. Vida aún por delante y estima mutua que habitaba entre los espacios vacíos de los poros eternos del Ser.

Caminaban juntos, a sabiendas de un fin indeterminado pero seguro al mismo tiempo. Olor a tierra, a flores del margen de la carretera, extensión eterna por delante y amor profundo arraigado como metástasis en su esencia, formando parte del tejido de ambos. Unidos para siempre en ese transcurso, camino de vida infinito.

Sabían todo el uno del otro. Y aun así cada “ene” pasos descubrían algo nuevo: un matiz, un suspiro, un olor, una sensación, un anhelo y un hastío. Todo parte de dos vidas maravillosas, sencillas pero complejas, de amor, concesiones, admiración mutua y respeto. Confianza y dependencia. Dos seres completos juntos unidos sólo por esa carretera larga, interminable, que a veces dolía en los pies, a veces inflaba sus pulmones de esperanza y sabiduría.


Ora hablaban, ora callaban. Y si atrás miraban, una sonrisa en su cara dibujaban. Más por la complicidad y la indulgencia del recuerdo que por la experiencia transitada. Sabían que estaban aquí, en mitad del camino aun por recorrer, gracias a las elecciones pasadas. Elecciones que transformaron en lecciones, por el mero hecho de entender a cada paso, el para qué del pasado.

Olor a calor. A flores silvestres y asfalto. Camino por delante. También pasado ya atravesado. Ambos, juntos a un lado. Por delante el trayecto, la ilusión de lo esperado y el aprendizaje de lo inesperado. Juntos, ambos, en la misma carretera, tocando de pies al asfalto, sintiendo el amor a cada paso, con el corazón entre uno y otro y la mente en el momento. Memento al detalle, a la vida y a lo verdaderamente relevante.

Vida, amor, camino, experiencias, propósito y detalle. 

Sámsara.

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